El lugar de la agenda en la actividad periodística diaria (II)

Que significa armar la agenda para el periodista

Por Fabián Kovacic
Hexágono06

¿Todos los días se producen exactamente la misma cantidad de noticias como para que los diarios utilicen cotidianamente la misma cantidad de páginas, los noticieros de televisión dispongan de los mismos minutos de pantalla o las radios emitan el mismo tiempo de boletines? Está claro que no es esa la lógica informativa. La diferencia radica en el criterio de selección de noticias. Ahí empieza a organizarse la agenda periodística, en una de sus acepciones: lo destacable según cada medio. A partir de entonces, la valoración periodística hará una parte del trabajo: seleccionar que información se publicará, con que espacio y en que orden.

La segunda parte, también corre por cuenta del periodista –aunque no siempre del mismo redactor- e incluye seleccionar quienes serán las voces autorizadas para agregar información sobre la noticia, aportar datos de color o simplemente opinar con cierto grado de autoridad.
Así entonces tenemos una nueva definición sobre la mesa de redacción. Toda noticia involucra dos dimensiones de trabajo bien definidas: por un lado los hechos y por otro quienes hablan sobre ellos. Eso es la agenda periodística y a partir de ella el medio habla a sus lectores. El armado de la agenda, admite entonces dos dimensiones. Para entender la idea en Argentina hay un ejemplo casi universal y de manual: la crisis de 2001 que terminó con el gobierno de la Alianza.

Si tomamos en cuenta las tapas y los contenidos de los diarios Clarín, La Nación, Ambito Financiero y Página 12, nos damos cuenta que la misma cantidad de hechos (primer factor de la agenda) fue analizada por diferentes protagonistas según la mirada editorial de cada uno de los medios (segundo factor de la agenda). En los meses previos a la caída del gobierno presidido por Fernando de la Rúa, se produjeron algunos hechos ligados a la economía: la toma de un crédito multinacional en el mes de marzo de 2000, conocido como “blindaje financiero”; el desplazamiento del ministro de Economía, José Luis Machinea y su reemplazo, finalmente, a manos de Domingo Cavallo; el otorgamiento de “superpoderes” al flamante ministro de parte del parlamento nacional en sesiones maratónicas, y finalmente allá por noviembre de 2001, la decisión del Fondo Monetario Internacional (FMI) de reclamar el pago del vencimiento estipulado para esa fecha de una parte de los intereses del deuda externa.
Mientras el estallido político y social se preparaba, Clarín tomaba como fuentes a funcionarios del gobierno, Ambito Financiero, a los economistas responsables de las consultoras privadas ligadas a los bancos extranjeros en el país, La Nación tomaba los informes de consultoras internacionales, especialmente con sede en Washington y Nueva Cork, y Página 12 –lejos del oficialismo- consultaba a los economistas de las universidades públicas enrolados en el denominado Grupo Fénix o Plan Fénix (1). Queda claro que la mirada sobre la evolución de una misma noticia (la crisis que desembocaría en la caída de un gobierno y la muerte de 33 ciudadanos) era muy distinta según el medio y, por supuesto, según el lector de cada uno de sus medios. Es que frente a una misma noticia existen diferentes miradas ligadas directamente a los intereses tanto del medio periodístico como, presumiblemente, del lector. ¿Implica esto la pérdida de imparcialidad en el tratamiento de la información según las fuentes consultadas? La delgada línea que separa al interés sectorial y mezquino, del general y genuino, es siempre delgada, difusa y serpenteante. Sin embargo si tenemos en cuenta que una noticia se construye a partir de una serie de hechos previos –u otras noticias previas- y se continúa en otras sucesos noticiables futuros, es necesario admitir (ver nota anterior) que la construcción de la agenda periodística incluye un contexto de otras noticias que explican la actual.

Un economista y consultor financiero puede explicar puntualmente una medida económica tanto del ministro Machinea como de Cavallo, pero será la agenda de otros contactos quien nos permita construir todas las aristas y miradas incluidas en esa medida puntual: sus consecuencias sociales, sus antecedentes inmediatos, los paralelos con hechos similares en otros países y hasta con la percepción de personas ajenas al tema desde el punto de vista del universo económico o financiero. En definitiva la caída del gobierno de la Alianza no pudo ser vaticinada por ningún periodista. El tema es como organizar la agenda periodística para que el ciudadano pueda tener en su menú informativo la gama más amplia de datos orientadores sobre el rumbo de un hecho que invariablemente va a tocar de un momento u otro a ese lector.

Un riesgo común para el periodista es dar en su agenda de contactos con una fuente que le asegura una “primicia” e intenta venderla a toda costa. La seducción del dato exclusivo y el riesgo de publicarlo como si se tratara de una verdad revelada, es una constante diaria. Allí es dónde aparece el olfato del redactor para contrastar la saga de hechos que viene siguiendo y la veracidad de la información de su fuente.
La agenda de contactos del periodista, por eso, nunca es la mera libreta organizada alfabéticamente. Es el cruce de su experiencia periodística y la capacidad de acceder al lugar de los hechos a través de una fuente calificada. Como sostiene Tomás Eloy Martínez, “hay que evitar el riesgo de servir como vehículo de los intereses de grupos públicos o privados. Un periodista que publica todos los boletines de prensa que le dan, sin verificarlos, debería cambiar de profesión y dedicarse a ser mensajero”. Es que el periodista diariamente armar su propia agenda y la de los lectores.


(1) Archivo consultado a través de las páginas web de los mencionados diarios entre los meses de marzo 2000 y diciembre 2001.

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